Old joy – Kelly Reichardt (2005)

Al leer artículos como el dedicado a Andarilho en el post anterior es difícil no sentir cierta melancolía. Aunque el film se alzara con el primer premio en el Festival de cine de Las Palmas 2008 no tendrá una carrera comercial en España (ni de ninguna clase), posiblemente en ningún otro sitio y, (espero equivocarme), pero ante semejante panorama tampoco se editará en DVD, con lo cual, a quienes se nos escapó, o preferimos ver otras películas, probablemente nunca tendremos otra oportunidad de contemplarla. Cierto es que la pesadumbre o el estress, según se mire, forma parte de la propia concepción de un festival. No hay tiempo material -ni capacidad espiritual- para verlo todo; el hecho de seleccionar, de escoger, conduce indefectiblemente a la melancolía y a la frustración que implica que lo que no se vea en ese momento no se verá nunca.

En el mundo se realizan anualmente un número tan inabarcable de películas que no hay modo de conocerlas, ni pantallas, ni canales de distribución, ni probablemente festivales, y menos público, que las absorba; y esto es así incluso para aquellas más interesantes, vanguardistas o rompedoras. Lo mismo ocurre respecto a la literatura o el arte; además, la sobreabundancia nos conduce a ponernos en manos de los críticos y los “entendidos”, en el mejor de los casos, y en el peor, en brazos de los mass media. Así las cosas, resulta pertinente la reflexión que sobre el “cine invisible” plantea el ejemplar de julio/agosto de la revista Cahiers du cinema (España). En uno de sus artículos recoge un listado de “películas invisibles”, películas que ni se han estrenado ni se las espera, (irónicamente, el fenómeno de la «invisibilidad» también alcanza -cada vez más- al «cine clásico”), entre ellas se encuentra Old Joy. La vi hace unos meses, precisamente porque en su momento leí algo sobre ella y me llamó la atención y puesto que aún no se ha estrenado en España (a estas alturas no creo que ya suceda; lo único que cabe es encomendarse a la red en cualquiera de sus formas, legal -comprarla- o alegal -bajarla-), aprovecho esta circunstancia para rescatarla.

Old joy parte de un relato publicado por Jonathan Raymond junto a fotografías de Justin Kurland en la editorial Artspace Books en el año 2004, a partir de él, y respetando el original, la directora del film, Kelly Reichardt, y el propio autor co-escribieron el guión. El argumento es mínimo: Con el fin de ir a una fuente termal Mark deja a su mujer embarazada en casa para pasar una noche en el campo con su viejo amigo Kurt, al día siguiente, tras el desayuno, alcanzan su objetivo, toman un  baño y vuelven a casa un poco más tarde de lo previsto. A simple vista no ha ocurrido nada, pero al finalizar la película hemos asistido a una sutil meditación sobre la amistad, la madurez y el inexorable paso del tiempo, como dice uno de los protagonistas, el “final de una era”.

En esa línea de desarmante sencillez, la película, que se rodó en 16mm durante diez días y con un equipo de seis personas, cuenta con dos únicos intérpretes, Mark (Daniel London) y Kurt (el músico Will OldhamBonnie ‘Prince’ Billy/Palace Brothers-), más la presencia inicial de Tanya (Tanya Smith), mujer del primero; no obstante lo exiguo del elenco, este resulta más que suficiente para sostener la película con brillantez y credibilidad. El film es una reflexión sobre la amistad “masculina” y la crisis de la “masculinidad”, al menos de un cierto tipo de hombre (blanco) del occidente evolucionado y post-sesentayochista, de ahí que la presencia de la mujer sea más bien testimonial, si bien no está absolutamente ausente; a lo largo de la película, Tanya se hace presente en varias ocasiones a través de ese instrumento hoy omnipresente (incluso en el campo -que como se dice en el film, todo, campo y ciudad ya es una misma gran cosa-): el móvil.

A partir del sustrato común que supone compartir entre ambos protagonistas una larga amistad desde la juventud o adolescencia, Old joy nos ofrece dos modelos masculinos distintos o de evoluciones masculinas confrontadas. Por un lado, Mark, el responsable, vive con su pareja en una casa con jardín, está a punto de tener un hijo, no da abasto con el trabajo y, aunque aún esté dispuesto pasar una noche en el campo (a modo de “canto del cisne” antes de la paternidad), se ha convertido en un acomodado “liberal” que escucha Air america radio, practica la meditación y colabora con la comunidad; por el otro, Kurt, el ácrata, es un individualista barbudo y desaliñado que “nunca se ha metido en nada de lo que no pueda salir por sí mismo”, sus propiedades caben en una furgoneta, lleva una vida errática de aquí para allá y continúa fumando hierba y saltando sobre hogueras.

 

El sonido de los pájaros y de un gong que escuchamos sobre los créditos iniciales, y el plano de un ave posado en un canalón que abre el film definen desde el comienzo el tono reposado del mismo. Tras ello contemplamos a Mark sentado en su jardín haciendo meditación (resulta significativo, por el contraste, que su mujer se encuentre dentro de casa, en medio de un tremendo ruido y escuchando música por la radio), la primera aparición de Kurt en escena, en consonancia con su vida errante y post-adolescente, es arrastrando por la calle unos cachivaches en una carretilla de niño. Después vendrá el viaje en coche, las conversaciones de camino al monte rememorando anécdotas y poniéndose al día, los planos del paisaje en movimiento del noroeste norteamericano, de la carretera, y la estupenda música de Yo la tengo, que se adecua de forma perfecta al ritmo del film y contribuye de forma decisiva a fijar y a predisponer el estado de ánimo pausado y contemplativo que lo envuelve. Toda esta secuencia de acontecimientos insignificantes nos conduce, a través de pequeñas etapas, de los silencios y las miradas y las insinuaciones de los personajes, a presenciar su tentativa de búsqueda en pos de un pasado común, en pos de una conexión futura y de una confianza perdida por el paso del tiempo y la ausencia de roce verdadero.

 

 

En este sentido, la escena del fuego nocturno es la más reveladora y el punto de inflexión de la historia. En ella, en un momento dado, Kurt se sincera y verbaliza la distancia que hay entre ambos, reconoce que le echa de menos y le trasmite su deseo de que puedan seguir siendo amigos; Mark, en cambio, responde de manera convencional y protocolaria negando la evidencia. Sin embargo, gracias a ese momento de verdad y ruptura, y a pesar de los abismos vitales y biográficos que los separan, al hablar, pasar el tiempo y hacer algo juntos, logran (re)establecer lazos, restaurando cierto grado de confianza mutua, si quiera sea de manera temporal. Por fin, después de encontrar el camino correcto a la fuente, y tras la caminata a través de la naturaleza y la posterior inmersión (literal) que supone el baño catártico, los amigos se reencuentran en un nuevo y frágil momento de comunión, un momento de reconciliación y de paz silenciosa. Esta comunión trasciende, extendiéndose (o quizás gracias) a la propia naturaleza que, como el tiempo, sigue su curso de forma eterna, inmutable e inexorable, manifiestándose a través de planos de animales, (de nuevo pájaros, el perro que les acompaña, una babosa), del agua que corre y del sonido envolvente, primigenio e hipnótico del medio natural.

 

En definitiva, Old joy es un film pequeño (incluso en duración) y sencillo, pero valiente, fresco y auténtico; que, pudiendo incurrir en cierto reduccionismo localista, no deja de ser un cine a escala perfectamente humana, que no saca conclusiones apresuradas, ni juzga, ni teledirige al espectador y que toca sentimientos esenciales y cuestiones eternas y universales para el hombre (la amistad, la madurez, la comunicación y la coherencia vital). Asimismo, tampoco elude el trasfondo político en el que se desenvuelve (la nefasta presidencia de G.W. Bush), incluso permitiendo una lectura política y social, la correlativa crisis y desorientación política en el campo demócrata y por extensión la desorientación social norteamericana. No obstante, la película termina con un desasosegante (¿y pesimista?) epílogo, una vez que Mark se despide de Kurt y vuelve a casa, vuelve a conectar la misma emisora con la que salió, como si nada hubiera pasado; y por último, vemos a éste, a Kurt, caminando de noche, solitario y sin rumbo por la ciudad.

5 Responses to Old joy – Kelly Reichardt (2005)

  1. peeping dice:

    Se trata de uno de esos títulos que siempre me planteo que tengo que ver para entender el statu quo de la cinefilia, y tu comentario me hace desearlo aún más. A ver si entre todos proyectamos luz sobre ese cine oscuro que pocos (aunque cada vez más) conocen y que los distribuidores parecen empeñados en hurtarnos.

  2. Beatriz dice:

    Muchas ganas de verla. Lo que comentas sobre todas las películas que se nos escapan es la vida misma. Ya yo no seré nunca aquella chica que pudo haber aprendido chino, o practicado el surf con pasión… ni Borges fue aquel, entre todos los hombres que llegó a ser, en cuyos brazos desfallecía Matilde. Se nos escapan constantemente miles de instantes alternativos. La melancolía por lo no experimentado es mucho más desgarradora que la otra que anhela lo ya vivido y perdido. Saudades, al fin y al cabo. Saludos de Portugal.

  3. misteriosoobjetoalmediodía dice:

    Como ya he confesado por aquí antes, tengo una malísima memoria, pero ese epigrama borgiano me ha acompañado -y trompeteado- desde el mismo momento en que lo leí.
    Aunque un imposible, el caso es que, de todos los hombres que al final fuera o fuese, siempre querría ser aquel en cuyos brazos desfalleciera la Urbach……..

  4. […] propias del esquivo cenagal contemporáneo carente de asideros y referentes, como el más cercano Old joy (Kelly Reichardt, […]

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